Parece que se puede acabar ‘el quieto parado, dónde vas a ir’, no porque la crisis vaya a acabar o a empeorar sino porque hay quien está empezando a moverse ya y está arrastrando a otros. Aunque no llegue ni a miniestampida el caso es que pueden quedar en evidencia los que están agachados estratégicamente y los que han desarrollado una cifosis dorsal en estos últimos años. Sobre todo para éstos aquí van unos conceptos básicos para empezar a desentumecer la vida profesional, que presentamos remendando un artículo de 2008.
Empezamos llamando oferta a los servicios profesionales que se prestan al empleador, al que también podríamos llamar contratista o cliente. Es lo mismo si se piensa bien. Para analizar la oferta personal uno se puede olvidar de la job description. También del contrato. Sólo sirven para ir a Magistratura y por el momento no es el sitio donde queremos ir. Vamos a hacer un ejercicio en tres fases.
Primera, enumerar los servicios reales. Con honestidad y realismo. Esto no es una valoración de puestos. Sólo lo realmente realizado en los últimos seis meses. Lo que se debería haber hecho no cuenta ahora.
Segunda, estimar la satisfacción del empleador con esos servicios. La evaluación de desempeño puede ser una pista, pero no es la más fiable. Otros indicios más sutiles son los comentarios del jefe, del jefe del jefe, la calidad de la comunicación que tienes con ellos, el tipo de respuestas a tus peticiones, etc.
Tercera, vamos a ampliar el concepto de ‘oferta’ y, de paso, vamos a jugar a empresarios, nos ponemos en el lugar del empleador. ¿Qué esperaría de un proveedor como tú?
A): Otra forma de prestar esos servicios. Saca aquí todas las propuestas que podrías haber hecho. Nadie conoce mejor que tú cómo se puede mejorar tu trabajo.
B): Otros servicios. Piensa otras actividades que podrías hacer con poco esfuerzo pero con impacto notable en los clientes finales.
C): Otras condiciones de servicio por tu parte. Dedicación, integración, iniciativa, optimismo…, sigue tú, ahora eres el empleador que tiene que salvar su empresa.
Si la distancia entre tu oferta, fase primera, y la demanda, fase tercera, es amplia más vale que empieces a «moverte» para reducirla. Aún puedes estar a tiempo. Pero si el ejercicio te ha sonado a música celestial y en realidad no tienes respuestas para casi nada, sí que tienes una buena razón para ponerte nervioso. Estás fuera de juego. ¿De qué juego? Del de la oferta y la demanda profesional. Tu desorientación profesional es máxima.
Entrar en la lógica de la oferta y la demanda profesional es, en el fondo, hasta esperanzador. A veces el empleador es el árbol o la excusa para no ver el bosque, tu mercado. Sin esa excusa, a veces con los pelos de punta, se puede valorar o dejar que valoren desde otra perspectiva las otras condiciones de tu oferta personal, las que se han desarrollado a la sombra del árbol y que ahora te dejan descolocado ante el bosque:
Tus condiciones de servicio, como ese salario incomprensiblemente alto o bajo, tu agudeza visual para las incompetencias ajenas, tu habilidad para no estar cuando puedes arrimar el hombro… Tus muy notables competencias, técnicas, intelectuales, sociales, en ejercicio o en barbecho, con las que llegado el caso configurar nuevos servicios en nuevas condiciones. Además, tu trastienda, esto te gusta, tus experiencias de antes o después de que te acomodaras, y la sensibilidad, los medios y los contactos personales para saber mejor que nadie por dónde van los tiros en tu sector, las tendencias…
El panorama, claro que da miedo: mi valor se congeló hace unos años, lo que yo hacía bien ahora lo hacen en China, ¿salir ahí fuera ahora? ¿a hacer qué? ¿por qué me van a preferir a mi? mis mismos hijos y sobrinos son muchísimo más ágiles y baratos que yo… El riesgo de recaída es grande, coger lo primero que salga por miedo ‘al frío’, entrar en devaluación profesional progresiva, apostar a las soluciones mágicas (redes sociales, marca personal, networking, multinivel)…
O mantener la calma, estudiar el mercado y las nuevas necesidades, revisar tu historial, ni pensar en volver a hacer lo mismo, tantear nuevas soluciones, rediseñar tu negocio, que seguro no es el de tus hijos ni sobrinos y muy probablemente sin nómina, empezar haciéndolo mal e ir luego ajustando el servicio, las entregas, el marketing y la vinculación al cliente… es decir, rejuvenecer y reencontrar tu valor en el nuevo escenario, sin cifosis, atajos ni alucinaciones.