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¿Qué fue del trabajo?

En el 2014 el trabajo se ha roto, ha sido el año en que hemos aceptado que todos trabajamos para nosotros y no para otros.

El trabajo era algo de lo que podíamos vivir. Una relación estable, el trabajo creaba una relación sólida entre lo que hacíamos y la compensación que recibíamos. Teníamos roles que desempeñar y sustentos garantizados.

Este año que acaba se ha roto el trabajo. Las plataformas tecnológicas, tan gigantes como las infraestructuras de las administraciones públicas, han roto el concepto de trabajo a tiempo completo vendiendo la idea de que en Internet todos trabajamos para nosotros mismos, no para otros.

Es el año en que empresas descentralizadas como Uber, Homejoy o Lyft, que prestan servicios por Internet sin la instraestructura física de las fábricas de la revolución industrial pero con el mismo tipo de trabajadores, han revolucionado sus sectores sin tocar los servicios, sólo a base de costes de generación.

Los costes los han desplazado a la gente que contratan, a los que no se les da empleo sino trabajos temporales por los que tienen que competir entre si. No son empleos en el sentido tradicional. Lo que Uber y sus primos crean son oportunidades de hacer dinero en un vacío moral. Como dice Quartz, el secreto económico de Uber es la desigualdad.

Uber es ahora un término sinónimo de explotación en nombre de la disrupción. Nos está llevando a creer que todos somos emprendedores luchando por nuestro negocio personal en el fértil espacio del firmamento digital, como buscadores de oro. Si todos vamos cribando oportunidades monetarias enterradas online, Uber es el embalse que controla el flujo de la corriente.

2014 ha sido el año en que la diferencia entre capital y metálico, acciones y salario, criba y embalse, han quedado más claras que nunca, una distinción que Thomas Piketty se ha encargado de ampliar. Su teoría es que el capital, las acciones de las empresas, los inmuebles y otros factores de la producción, reproducen la riqueza mucho más rápido que los salarios de los trabajos tradicionales, de ahí la vertiginosa desigualdad del uno por ciento, y del uno por mil.

Pero todos no somos emprendedores, ni podemos aspirar a ello o permitírnoslo. Sostener que la desaparición del empleo es una emancipación en lugar de una pérdida es imponer la ideología de las startups a los trabajadores antes de que exista una cultura del apoyo mutuo entre las empresas tecnológicas y la población. Que Apple pague por sus beneficios mucho menos que los particulares no es una ética equivocada, es mortífera.

No es verdad que no podamos dar a todo el mundo trabajo, salario y asistencia sanitaria. Las empresas tecnológicas están absorbiendo más capital riesgo y reteniendo más metálico que nunca. Lo que se está imponiendo es la idea de que los trabajadores son más útiles separados, que a los CEOs les irá mejor si miman a sus directivos mejor pagados que si la plantilla está satisfecha con la estructura del negocio.

La consecuencia de esta ausencia de empleos es una mano de obra despojada de unos derechos sin entender por qué. Los venture capitalists, los inmobiliarios estrella y los directivos se quedan con todas las ventajas de los antiguos puestos, y además con las modernas oficinas levantadas sobre las ruinas de las antiguas fábricas, con sus comidas de catering, las mesas de ping-pong y las acciones. Llegando el 2015 todos deberíamos empezar a buscar sitio en algún espacio de coworking antes de que nos lo quite otro miniemprendedor.

Esto tampoco es nuestro. Se lo hemos copiado a Kyle Chayka

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