Sabíamos que hablaríamos sobre esto tarde o temprano y ahora puede ser un buen momento. Las cenizas del congreso sobre el tema ya están frías. Sí, majetes, ha habido un congreso sobre la felicidad en el trabajo. Ya no se oyen las risas o lloros de los parados que se tragaron una charla sobre el tema en un PinkSlipParty, una iniciativa que sólo merece alabanzas. Sigue por ahí esa bebida que no consiguió ser la chispa de la vida si no se mezclaba con ginebra, JB o vodka y que ahora se quiere asociar con la felicidad, no sabemos si sola. Pero en general el tema últimamente está bastante paradillo.
No vamos a definir la felicidad, que ya lo hicimos, sólo a vengarnos de los ruidos que cada tres por cuatro tenemos que aguantar en cuanto asomamos por la sociedad de la información. Sales a buscar datos o distración y encuentras marketing, marketing y marketing. No es sólo una cuestión de supervivencia, es una obligación moral librarnos de estos pesados.
El tema no puede ser más inoportuno. Cruel, diríamos, cuando son tan pocos los que tienen trabajo y tan raros, que nos sabemos si creerlos, los que lo disfrutan. Lo que quiere esa exigua mayoría es que les dejen trabajar en paz y no les amarguen con lo innecesario. Muchos se han planteado ya no ser más que adultos en el trabajo y son impermeables a las milongas. La felicidad resulta otra variable lateral, otro ruido de fondo, que a los laborantes les importa tres pepinos, bueno, no, que tanto ruido molesta.
Si vamos a los orígenes, la propaganda sobre la felicidad en el trabajo está financiada por los mismos que históricamente han ayudado a la infelicidad de todo bicho viviente en la empresa. ¿Pretenden decretar que las noches a partir de ahora serán días? ¿Enjugar su mala conciencia? ¿Crear conversación? Qué va. Sólo seguir haciendo ruido. La empresa no conversa, hace propaganda con apariencia de conversación, levanta murallas sonoras para proteger su actividad fundacional, la felicidad de sus accionistas principales, no la de los costes que suelen llamar activos principales.
La felicidad ni siquiera ha entrado en las luchas históricas de los trabajadores o de las vanguardias de los trabajadores. Por algo será. Cómo ibas a mantener las luchas si dejaban de ser infelices. Ahora van y te ofrecen la felicidad desde arriba, como quien fumiga ancianos con ambientador a las 10.00 de la noche para que se duerman. Lagarto, lagarto.
Pero es que ni empresas ni trabajadores andan para muchas luchas. Hoy la experiencia de buscarse la vida pasa menos por la empresa frontón tradicional que por algo más próximo, como tu vecino, ese que tras unos meses en el paro se gasta los ahorros de la familia en un emprendimiento, contrata una empresa de mailing que le coloca todos los mensajes como spam; contrata el diseño de la página web a dos jóvenes que desaparecen después de haber cobrado la primera anualidad; alquila un localillo a 500 metros y tres esquinas de una calle principal y el día que terminan los pintores revientan dos tuberías, luego se presenta un contable, que tenía sólo apalabrado, para reclamarle las dos primeras mensualidades y, a última hora, apareces tú por el anuncio de trabajo, que no de sueldo, partner comercial, que había en la ventana. Conociendo la historia, porque es lo primero que te suelta ¿te atreverías a sacar lo de tu felicidad en su trabajo?
Entonces, si no hay nada más reñido con la felicidad que el infantilismo infinitamente insaciable, que la confunde con algo que se pide, adquiere, consigue o roba. Si la empresa no está en condiciones de manejarla porque los orígenes de infelicidad los tiene tan extendidos por el organigrama que ni con barra libre para todos. ¿Entonces? ¿Será este ruido un globo sonda para exigir la felicidad como requisito para la contratación de personal? ¿Vamos a pasar de la guerra por el talento a la guerra por los felices? Y eso ¿cómo se come? ¿una guerra por los adultos? Tantas preguntas ¿ves cómo el ruido marea?