Lamentarse es tan natural como chillar cuando te clavan un alfiler. Todos nos lamentamos en algún momento. Nos quedamos mejor ¿no? Con un buen lamento en el sitio adecuado podemos encontrar comprensión y consuelo, hasta amistad y amor. También hay aguafiestas que opinan que antes de cada lamento hay un fallo personal y que tras llorar un poco conviene incorporarse cuanto antes a la siguiente jugada, aunque sea tarde. Los niños llorones y malcriados son un incordio en cualquier parte pero más para cualquier aspirante a adulto en el trabajo. Y ahora hay muchos. No hay que olvidar que muchos de éstos, los aspirantes, hemos agotado ya nuestra fase de lamentos y hasta nos hemos dado uno o varios coscorrones. Que nos recuerden lo que fuimos no es ningún placer, pero sobre todo es una pérdida de tiempo, que lo de ser adulto consume mucho.
Así que en pos de la convivencia entre niños más o menos grandes y adultos más o menos pequeños se nos ha ocurrido hacer un análisis del lamento.
El lamento unilateral
El genial «dos no pelean si uno no quiere», ¿en qué año fue eso?, se encargó de recordarnos que para que haya conflicto se requieren dos partes. También para que haya paz. Podíamos habernos ido por la tesis y la antítesis, pero nos va más el refranero. El caso es que éste dejó cojo al «cada uno hable de la fiesta según le va» y a todos con ganas de oir la otra mitad de la historia, con ganas, que no tiempo. No podemos dejar sin traer aquí a Clint Eastwood, que hizo dos películas sobre la misma guerra, una desde el punto de vista de los gringos, «Flags of Our Fathers», y otra de los japos, «Cartas desde Iwo Jima», o viceversa, id a las fuentes, id al cine.
Así que, con tu permiso, que «tu jefe sea un inútil» lo vamos a dejar en veremos hasta que le oigamos a él. Todos nos imaginamos que habéis tenido un problema, ¿no es eso? De entrada, toda nuestra comprensión y amor, y otro lamento. Cada día hay más descaro para las declaraciones unilaterales, menos culpabilidad. Vivimos rodeados de grandezas profesionales, repentinas marcas personales como experto, propuestas únicas de valor, todo, todo, propuestas unilaterales, pretensiones. Si no te importa vamos a esperar a que se confirme alguna.
El lamento sociológico
Cuando tu lamento no cabe en un jefe y se generaliza a todos los jefes de la empresa, del sector o del «así está el país», se convierte en análisis sociológico, unilateral y arrimado a tu sardina. Se puede llegar a tener éxito popular si vas por la vía social. Va a depender de que tu problema sea mal de muchos o casi todos, eso es fácil, y que lo lamentes donde otros dolientes, exvíctimas, madres, ociosos y analistas puedan verlo. Más claro agua, los grupos de Linkedin. Con un poco de literatura y buena verba podrás llegar a darte un baño de masas y lametones, aunque tu problema real o tu torpeza personal pulule por el aire.
El lamento consultor
El lamento puedes llevarlo directamente a las soluciones que consideres más redondas sin necesidad de analizar tu problema ni ninguna situación real. Así, si tú quieres, las empresas «tendrán que» desarrollar el potencial de sus empleados, «deberán» pagarte más que a tu cuñada o pelear por el talento, los grandes profesionales, los mayores de 45 años o los de tu pueblo. Más café para todas, deberán ser abiertas, cerradas, sólidas, líquidas, gaseosas… Pon ahí todos los remedios a las enfermedades ajenas de las que fuiste víctima.
El paradigma extremo del café para todos es el parado español más universal, de la crisis del XVII. Después de un viaje interior con sobredosis de libros de caballerías, hoy sería de redes sociales, libros de autoayuda o gurus, se dota de una visión, redonda y universal, un misión, única y redentora, una claridad, arrebatadora, y se dedica a poner en su sitio a malandrines y mangoneadores y liberar a cautivos y doncellas, aunque fueran ovejas, molinos o sus vecinos.
El lamento patético
Son todos los anteriores pasado el pinchazo inicial, si te los crees, si se enquistan, si los alimentas. Si el mecanismo de defensa te aleja definitivamente de la realidad se convierte en delirio. Y la realidad sigue ahí, esperándote, conflictos entre partes y situaciones nuevas y complejas. Un hidalgo español nos decía hace unos días desde el paro de larga duración que no tenía ningún problema, el problema es que «en España no hay forma de generar empleo». Toma castaña. Si tus viejas soluciones no sirven para situaciones que ni siquiera entiendes, autoengaño y lamento son las defensas más a mano.
El lamento se cura
La difícil realidad laboral es el punto de partida. No vale como conclusión que sean malos o cojos. De salida somos cojos todos. La realidad se percibe con un poco más de detalle cuando dejamos de mirarnos el ombligo, de engañarnos o contarnos historias.
Una muy extendida. Para comerse una rosca (profesional) hay que ser guapo. Mentira, hay que ser bizco, decíamos ayer. Y cojo, añadimos hoy. Es más probable el acuerdo si sabes de qué pie cojea tu cliente, qué muletas necesita. Esto es un negocio de cojos. El concurso de belleza o de grandes profesionales no es aquí. Aquí, sólo muletas, cojos y bizcos.
Con dolor, pero leve. A nadie le gusta que le avisen de lo que no ve. Menos que nos pinchen la historia de héroe o víctima que nos contamos a nosotros mismos. O que nos quiten las gafas de color. Somos cojos y bizcos, todos, pero existen los catalejos y las muletas.
Por si te animas, un primer paso, nuestra mini encuesta sobre prejuicios laborales extravagantes. Una medida de recorte aquí también. Los estímulos al crecimiento profesional los dejamos para después.
