Nos encontramos con cierta frecuencia en la blogosfera textos que podíamos denominar «animadores». Hay que reconocerles a todos la buena intención. Animan a salir de la zona de confort profesional, a analizarse, invitan a seguir la llamada de la voz interior…
El último que hemos leído utilizaba el símil del alambre y el vacío para describir la gestión de carrera profesional, y animaba a saltar al vacío, claro.
A bote pronto se podría preguntar uno ¿cómo has dejado que tu vida profesional haya entrado en un alambre? ¿vas a tirarte al vacío sin mirar antes si hay agua debajo, alguna red, cocodrilos o sólo animadores gritando «tírate, tírate»? Si tu voz interior te pide hacer algo con lo que te vas a morir de hambre ¿qué? ¿Hablas de un plan de negocio sin estudio previo de demanda y viabilidad o de no hacer ningún plan? ¿Seguro que no piensas repetir tus errores tras el salto?
Preguntas totalmente fuera de lugar, claro. Razón y pasión a veces casan como el agua y el aceite. Últimamente las situaciones laborales personales no son muy racionales. La animación blogosférica va al corazón más que al cerebro. Apoyo emocional a los que piensan saltar, consuelo a los que ya saltaron. Loables funciones sociales. E industriales.
Sí, hay una industria del salto al vacío. Otros hablan de burbuja alrededor del mundo emprendedor. Los McCormick la llamamos así desde nuestra participación residual en ella, al final del ciclo. Por nuestra consulta no pasan visionarios con ideas geniales pocos meses antes de ser famosos y millonarios sino poli-saltadores poli-coscorrones, algunos hasta tres saltos sin sacarse el garbanzo del zapato que les movió al primero, tela.
Nuestra visión sesgada del tema tiene que ver también con otros contactos con esta industria. Hace unos años una pyme nos encargó una presentación comercial en San Francisco, Ca. Había sido invitada como ponente a la convención anual de la asociación norteamericana de gimnasios, todo un honor el primer año que invitaban a no anglosajones.
Uno de los placeres de la soleada California es salir a correr por las mañanas. Hacerlo en el barrio central de San Francisco en dirección al mar es, además, euforizante, como participar en una carrera popular cada día. Viene esto a cuento de la industria de los gimnasios, o clubs, como los llaman allí.
El salto al vacío más habitual, que aquí puede ser abrir un bar o una peluquería, allí parece ser abrir un gimnasio y perder dinero. El gimnasio más habitual en EEUU es una sala con un montón de teleoperadores intentando meter gente a una sala anexa, oscura, nada acogedora, donde acaban de descargar varios camiones de aparatos de la casa Technogym. Para ello se adaptan teatros, naves industriales, tiendas de ropa, etc. Suponemos que en estados donde nieva seis meses será distinto a éste; aquí en los siete clubs que visitamos sólo vimos a una joven ¡corriendo escaleras arriba y escaleras abajo! pero no nos dijeron si era empleada o cliente.
A la convención anual asistían más de 10.000 personas. Siendo la obsesión de la asociación de un negocio ruina la formación de los propietarios en técnicas de gestión, la mayoría de las ponencias versaban sobre management. El interes por el tema era extraordinario. Lo comprobamos en una de las sesiones.
La sala completamente abarrotada, el ponente, traje negro, jersey negro, crucifijo en el pecho. A los pocos minutos oíamos gritar “¿queréis que os diga qué es el management?” a lo que algunos asistentes se ponían de pie y con los brazos en alto respondían “sí, dinos, dinos”, “de verdad queréis, hermanos, que os diga lo que es el management”, “sí, dinos, dinos”, más gente se ponía de pie y se volvían a sentar, “desde lo más hondo de vuestro corazón, queréis saber lo que es el management”, “sí, queremos, queremos”, y se sentaban y se volvían a levantar. Nosotros, europeos, nos mirábamos sin hacer ninguna mueca. Cada vez que se levantaban era como la primera vez que paseas entre los rascacielos de Manhattan, que falta luz pero te niegas a confirmar si está nublado porque te duele el cuello de tanto subir la cabeza. Aquí los rascacielos subían y bajaban amenazando con los codos los dientes y la cabeza de dos europeos, seguro que librepensadores, que ni habían apoyado la reciente invasión de Irak por los EEUU ni parecía irles mucho este trance colectivo, quietos en la silla, cada vez más aco… inquietos, cómo explicarles a los rascacielos que en nuestro pueblo sólo bailamos el agarrao… Así que aprovechando uno de los ciclos de grito largo nos escabullimos casi a gatas, que el conferenciante no disparaba a la cabeza, sino más abajo.
Tras ese subidón colectivo, ¿mejorarían las cuentas de resultados de los gimnasios, de la asociación, del predicador? Tras la fuga, en el hall, rebaños de predicadores, unos llegaban y otros se marchaban, todos traje entre gris y negro, camisas o jerseys negros, que el blanco es muy sufrido para un viajante, charlaban entre ellos, “¿qué tal te está yendo este año, qué ruta has hecho?”, “yo he estado haciendo el este, tampoco está bien por allí”, etc. Bueno.
El resto de las ponencias eran como en las ferias que en España llamamos congresos, protagonizadas por consultores, reconsultores y proveedores varios que abandonan su stand de la zona comercial para presentar en alguna sala su solución, parcial, claro, a la ruina ajena y emplazar a los oyentes a su stand.
Suponemos que en estos pocos años los tiempos han cambiado, se crean más consultoras de social media que peluquerías, bares y constructoras, pero como el modelo de negocio básico se siga basando en los corazones más que en los cerebros, vamos, vamos dados.
Lo del management era evidentemente lo de menos, pero seguro que todos salieron con «el corazón contento y lleno de alegría» como Karina, que era lo que se pretendía.
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Pero finalmente les dijo qué era el management?
Siempre lo mismo corazón vs. cerebro
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