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Podemos olvidarnos de los empleos

El servicio postal de EEUU puede ser la próxima víctima de la lenta pero implacable sustitución de personas por las nuevas tecnologías. Son 600.000 empleos y 480.000 pensiones las que están en el aire. El culpable claro en este caso parece ser el correo electrónico.

Enviamos un 22% menos de cartas que hace cuatro años. Las nuevas tecnologías están haciendo estragos en el empleo. Los sistemas de pago sin parada en los peajes de las autopistas, por poner otro ejemplo, las pruebas con automóviles controlados por Google que pueden eliminar el trabajo de taxista… Cada programa informático hace algo que antes hacía una persona y lo hace más rápido, más exacto, por menos dinero y sin seguridad social.

En estos casos nos tranquiliza pensar que se crean trabajos de nivel superior. En vez de cobradores de peajes necesitamos reparadores y programadores de las máquinas cobradoras. Pero no tranquiliza del todo, se requiere mucha menos gente para estos trabajos que los que eliminan las máquinas.

Según McKinsey & Co. se necesitan 40 millones de empleos sólo en los países desarrollados. Casi la mitad en EEUU y España. En EEUU van a construir trenes de alta velocidad y reparar puentes en las autopistas para generar parte de ese empleo. En España… Tendremos que esperar a la reunión de Davos, 25 a 29 de este mes, para conocer las propuestas de McKinsey al respecto. Han anunciado que tocarán la relación entre crecimiento económico y creación de empleo, que ya estaba resquebrajándose antes de esta crisis, y las tremendas ineficiencias del mercado laboral, que ilustraba Federico Sánchez de la Campa en su comentario a «Si sólo eres un buen empleado…» No sabemos si tomarán en consideración la valiente propuesta de Douglas Rushkoff, el autor del artículo en que se basa ampliamente esta entrada.

Según Rushkoff ese discurso estaría superado históricamente. Se atreve a preguntar ¿desde cuándo es un problema el desempleo? Todos queremos un sueldo o un dinero, comer, vivienda, ropa y lo que se pueda comprar con dinero. Pero ¿de verdad queremos empleo?

En nuestra economía se habla ahora del objetivo empleo, pero es la misma economía que lleva años orientada a la productividad, tanto que hemos conseguido producir todo lo que necesitamos para alimentar, alojar, educar y dar sanidad a toda la población sin necesidad de que trabajemos todos. Según la FAO producimos alimentos suficientes para que toda la población mundial tuviera 2.720 kilocalorías por persona y día. Eso contando con los miles de toneladas de grano que EEUU destruye para mantener los precios de los cereales y las viviendas hipotecadas que algunos bancos norteamericanos destruyen para hacerlas desaparecer de sus balances. Nuestro problema no es, por lo tanto, que no tengamos suficiente producto. El problema es que no disponemos de los medios para conseguir que toda la gente trabaje y tenga así su participación en ese producto.

Los empleos son un concepto relativamente nuevo. Siempre se ha trabajado, pero hasta la llegada de la empresa, a comienzos del Renacimiento, la mayoría de las personas trabajaban para sí mismos. Hacían zapatos, pelaban gallinas o creaban alguna forma de valor para otras personas, que pagaban o con las que hacían trueque de bienes o servicios. La nobleza terrateniente, que perdía recaudación por las deserciones del arado y el aumento de la actividad profesional independiente, tuvieron que inventar los monopolios oficiales, forzando legalmente el cierre de los pequeños negocios y a la gente a trabajar para los gremios, las primeras corporaciones. Es desde entonces cuando trabajar supone conseguir un «empleo».

La era industrial se ocupó bien de simplificar los empleos para que requirieran la menor cualificación posible. La cadena de montaje pretendía menos acelerar la producción que abaratarla y hacer más reemplazables a los obreros. Es lo mismo que busca la tecnología de la era digital, mejorar la eficiencia, despedir a más gente y aumentar los beneficios de las empresas. Así lo dice Rushkoff.

La tecnología, ya está visto, es mala para los obreros y para los sindicatos, sigue Rushkoff, pero ¿lo es para el resto de la gente? Tenemos lo que queríamos. No nos engañemos. Así que no tiene mucho sentido, ni en Davos ni en Fuenlabrada, pensar cómo empleamos a la gente que no necesitamos. Utilizamos la lógica de la escasez para negociar lo que tenemos en abundancia. Lo que falta no es empleo sino un sistema más justo de distribuir el botín que hemos generado con la tecnología, el exceso de bienes de consumo. Es el momento de empezar a pensar cómo nos organizamos alrededor de algo distinto al empleo y al margen de la gran corporación. Y si es posible, que sea más colaborativo y con más significado para las personas.

Como véis el discurso de Rushkoff va tomando altura. Os recordamos que esto se publicó originalmente en la CNN y lleva 38.000 recomendaciones en Facebook. Frente a la solución comunista, que quería distribuir todo por partes iguales pero destruía la motivación y nunca se implantó bien, y la solución neoliberal, la que parece prevalecer actualmente, que quiere dejar sufrir a los que no tienen acceso al botín, recortarles los servicios sociales y los empleos y esperar que se extingan, si es posible, fuera de nuestra vista, Rushkoff explora la solución digital.

Ya no necesitamos producir bienes físicos para hacer dinero. Podemos intercambiar productos basados en la información. Rushkoff roza la vuelta a una feliz Arcadia pregremial gracias a las tecnologías de la información y la patada definitiva a la nómina. Esta clase de trabajo no es tanto empleo como actividad creativa, un medio, no un fin. A diferencia del empleo de la era industrial, la producción digital se puede hacer en casa, independientemente, entre iguales, sin pasar por la gran empresa. Y la puedes poner en marcha ahora mismo, en tu casa o en Fuenlabrada, sin esperar a las conclusiones de Davos.

Para rematar, un trozo del acuchillante comentario de @juanpablorguez en Si sólo eres un buen empleado…: «Lo que no tiene sentido es que queramos tierra para todos como si no pasara nada. Ya ha pasado».

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